EWING Y YO

 

Hola me llamo Carolina, tengo 19 años y una emocionante historia que contarte. Una historia llena de valores que a pesar de poner mi vida al límite de la noche a la mañana, afortunadamente terminó con un final feliz y me enseñó grandes lecciones que me han ayudado a crecer para llegar a ser quien soy.

Todo comenzó cuando tenía 13 años, como a cualquier chica en primero de la ESO, me encantaba la música, hacer deporte, pasear a mi adorable perrito Willy, ir a la falla, a clase y empezaba a salir más con los amigos; me hacía mayor. Como ves, todo era genial. Bueno no, todo no, Iris llevaba bastante tiempo sin venir a clase, yo desconocía el motivo hasta que me enteré de que tenía algo en el cerebro que se llamaba cáncer, nunca había oído hablar de él pero poco tiempo me hizo falta para odiarlo cuando me dijeron que se había llevado a mi amiga, y que no la podría volver a ver nunca más. La echaba mucho de menos pero tocaba seguir adelante y aceptar que la vida no siempre es justa y que nada ni nadie podría llevársela de mis recuerdos, ni de mi corazón.

Te voy a presentar a Ewing, a falta de dos meses para terminar ese primer agridulce curso de instituto, y tras un año de concurridas visitas a los médicos, con conclusiones tan dispares como que tenía ciática y una pierna más corta que la otra… me comunican con urgencia que ese fuerte dolor en la cadera que me impedía disfrutar plenamente mi día a día, era causado por Ewing: un sarcoma de 13 cm que había invadido mi cuerpo asestándose cómodamente en mi pelvis para después viajar hacia la pierna y pulmones, pero esto último decidieron ocultármelo hasta que las pruebas dijeran que ya no quedaba rastro de la enfermedad. Aunque nadie nombró la palabra prohibida yo era consciente de que tenía cáncer, pero no lograba entender por qué narices ahora Ewing pretendía acabar con esa vida tan genial de la que te hablaba, ¿acaso no había tenido suficiente con ella? Cuando conseguí comprender que la palabra cáncer engloba muchos tipos y que no todos tienen el mismo final decidí que la enfermedad no iba a poder conmigo. Ahora me tocaba ser fuerte y valiente para luchar con uñas y dientes hasta que no quedara ni un solo resquicio de Ewing, el pobre no sabía con quién se había metido.

6 meses de quimioterapia+ 1 autotrasplante de médula+ 28 sesiones de radioterapia= 0 cáncer. Dicho así parece muy fácil eh. Lo cierto es que no lo fue. Adiós querido pelo, clases, ir de compras sin mascarilla (o a cualquier lugar cerrado donde hubiera demasiadas personas), adiós amigos que no eran tan buenos como yo pensaba. Hola hospitales que casi sin darme cuenta volvieron corrientes en mi vocabulario palabras como neutropenia, Hickman, criopreservación ovárica o aféresis, aunque gracias a las maestras tampoco desaparecieron las matemáticas, la historia o la biología.  Hola quirófanos, pruebas, medicación, efectos secundarios, más pruebas, más medicación, más efectos secundarios, más pruebas, más medicación, más efectos secundarios, ah sí, una semana al mes podía estar en casa y volver a ver a Willy, a grosso modo esos fueron los seis primeros meses de tratamiento en los que teóricamente solo iba pasar 4 de 30 días ingresada para la administración del tratamiento. Menos mal que payaSOSpital nos alegraba la vida a todos con sus espléndidas actuaciones repletas de sonrisas; menos mal que Aspanion fue luz en mitad de la oscuridad y nos ofreció un enorme apoyo psicológico desde el momento del diagnóstico, así como grupos terapéuticos y otro tipo de ayudas; y menos mal que todo el tiempo estuve rodeada del increíble equipo oncológico del Hospital La Fe de Valencia que veló noche y día atendiendo, preocupándose y cuidando mi salud y bienestar así como el de mis padres haciendo más llevadera nuestra estancia en el hospital. No les puedo estar más agradecida, sino hubiera sido por ellos ahora no te estaría contando esta historia.

Después de esto llegó el temido autotrasplante de células hematopoyéticas, o lo que es igual a estar dentro de una habitación durante el mes de Diciembre en aislamiento completo y aguantar la quimioterapia más fuerte que iba a recibir ya que me dejaría a cero de defensas para borrar toda la información que mi cuerpo tenía y así poder introducir la nueva mediante la bolsa de células que me iba a salvar. Pero me asusté, sabía que era la parte más complicada del tratamiento, me acobardé, sabía que era peligroso, que podía no volver a ver la luz del Sol y me vi incapaz de luchar contra eso; por un momento estuve a punto de abandonar cuando el miedo se apoderó de mí haciendo que de camino al hospital me negara a entrar a esa habitación. Pero no fue más que eso, un momento, gracias a mis padres con su infinito amor, comprensión y apoyo incondicional desde el primer segundo y a las palabras de Chema, mi médico y ejemplo a seguir; advertí que si alejaba un poco más mi mirada ya podía divisar el final de la meta, de que ahora no me podía rendir, tenía que sacar mis garras, entrar a esa maldita habitación y luchar por mí, por Iris, por Lidia, por Pepe, por Xavi y por todas esas rosas que no pudieron terminar de florecer en el jardín de la vida.

Ahora viene lo peor, pero no te preocupes, recuerda que todo termina con un final feliz. La súper-quimio empezó a entrar en mi organismo y pronto empecé a notar sus súper-efectos, ¡pero qué alegría cuando se terminó! Hoy aún puedo sentir dentro de mí la felicidad que inundó mi alma cuando un par de días después vi a ese  hombre trajeado con un maletín que llevaba la llave mágica, la bolsa de células que me haría renacer. Ansiosa echaba la cuenta atrás para mi cumpleaños, el día de año nuevo. Todo iba sobre ruedas hasta que apareció Escherichia Coli, más conocida por E. Coli es una simpática bacteria que vive en nuestros intestinos y que es necesaria para el correcto funcionamiento del aparato digestivo, pero aprovechándose de que mi cuerpo esquelético no tenía fuerzas suficientes para usar la llave mágica, empezó a conquistarlo. Lo último que recuerdo es que uno a uno mis órganos empezaron a fallar, todo se llenó de médicos y enfermeras que sacaron a mi madre de la habitación, al otro lado del cristal mis padres dieron el consentimiento para que me ingresaran en la Unidad de Cuidados Intensivos mientras yo les suplicaba que no me dejaran sola, pero no lo iba a estar, la UCI pediátrica está formada por más personas maravillosas a las que nunca les estaré lo suficientemente agradecida, por la misma razón de antes. Buenas noches, dulces sueños, o pesadillas.

Me desperté un mes después llena de tubos y goteros, sin fuerzas para hablar y medio adormecida todavía por la medicación pude ver a mis padres al lado de la cama, solo me acariciaban y sonreían, estaban felices y feliz de reencontrarme con ellos volví a caer dormida, pero esta vez llena de paz y tranquilidad. Al parecer E. Coli consiguió expandirse por todo mi cuerpo, mis padres escucharon día tras día durante las primeras Navidades que no pasaríamos en familia que se tenían que preparar para lo peor y que en cualquier momento todo se podía acabar, pero ‘’la esperanza es lo último que se pierde’’ y a pesar de que pocos apostaron por mi victoria mis seres queridos no lo dudaron ni un segundo, y no se equivocaron. El día de mi cumpleaños por fin llegó mi momento y tuve el mejor regalo que podía recibir, defensas para luchar contra la infección, saqué fuerzas de flaqueza y el marcador dio la vuelta para convertirme en una orgullosa ganadora de batalla.

Vencí mis miedos. Superé lo imposible. Y a pesar de temer tanto su pérdida, volví a sentir los rayos del Sol en mi rostro.  Si estás pasando por algo parecido, si tienes miedo, has perdido el ánimo y se te acaban las fuerzas para luchar, quiero que te acuerdes de mi historia y pienses: ‘’si ella pudo, yo también puedo’’. Sé que el camino no será fácil, pero también sé que si lo intentas con todas tus fuerzas se puede conseguir, que lo puedes conseguir.

Cuando empezaron a mejorar algunas de las secuelas de haber estado encamada tanto tiempo, cuando pude volver a caminar por mí misma, empecé la última fase y antes de querer darme cuenta ya había terminado todo el tratamiento. La verdad es que los días pasaban muy rápido y las sesiones de radioterapia no dejaron más que algunas manchas y estrías en mi piel irradiada.

Ya han pasado más de 6 años desde que mi historia empezó, ahora estoy estudiando medicina en la ciudad vecina de Alicante y cueste lo que cueste sé que algún día alcanzaré mi sueño de ser médico para poder devolver un poquito de todo lo que en su momento hicieron por mí. Pero como para eso aún quedan unos cuantos años, he encontrado la forma de aportar mi granito de arena, he hecho el voluntariado en Aspanion y todas las semanas voy al Hospital General de Alicante para que los niños que ahora están enfermos se olviden durante unas horas de que están en el hospital.

Aunque no debería hacer falta tener que pasar por algo así, después de superar un cáncer no vuelves a ver la vida de la misma manera, te das cuenta de que los problemas tienen la importancia que tú le quieres dar y que todos los días te enfadas y preocupas por tonterías, así que valora qué es lo realmente importante para ti, disfruta de cada minuto con tus seres queridos y aprecia cada una de las cosas buenas que tienes. Recuerda que en un instante, todo puede cambiar. Así que…SÉ FELIZ.